viernes, 11 de mayo de 2012
¿Desató Howard Carter la maldición de Tutankhamón?
A finales del siglo XIX, un joven criado en el seno de una familia adinerada viajó por primera vez a Egipto, en ese momento nadie sabía la importancia que esa visita tendría en un futuro ni tampoco que la profunda sensación de apego incipiente en aquel inglés de 17 años depararía tiempo después en uno de los descubrimientos arqueológicos más importante de la historia. Howard Carter engendró una gran devoción por las antiguas ruinas egipcias, lo que le llevó a convertirse en un arqueólogo competente con el paso del tiempo. En 1909, lord Carnarvon -también inglés y millonario-, interesado en el negocio de la arqueología, obtuvo una concesión para excavar al oeste de Tebas y decidió contratar a Carter. La relación entre ambos fue bastante cordial, se entendían a las mil maravillas, por lo que este no tuvo más remedio que aceptar la propuesta del intrépido Howard Carter cuando le pidió que se hiciera con la concesión del Valle de los Reyes.
Las circunstancias estaban tornándose complicadas tras cinco años trabajando bajo el calor del desierto sin haber obtenido resultado alguno. Este motivo mermaba la confianza en Carter y la paciencia de Carnarvon tenía un límite, por ello había un ambiente enrarecido en el equipo debido a la inminente suspensión del proyecto. Sin embargo, en el mes de noviembre de 1922, los trabajadores de la excavación llamaron a Carter para informarle acerca de unos posibles hallazgos de cierto interés. Este acudió rápidamente y vio ante sus ojos, tras apartar pesados escombros, una puerta con el sello del chacal, es decir el icono real en las necrópolis. Al final, la intuición del perseverante arqueólogo habían dado sus frutos, ante él se encontraba una tumba real. El 26 de noviembre de 1922 quedó reflejado como el día en que Howard Carter descubrió la tumba del hasta ese momento desconocido rey Tutankhamón. De aquel día, también ha quedado para la historia una frase célebre expresada por Carter al asomar la cabeza por un hueco que daba a la cámara funeraria, en ese instante Carnarvon le preguntó por lo que estaba viendo, y este contestó: “Cosas maravillosas”.
La tumba se componía de cuatro cámaras, donde resplandecía un preciado tesoro compuesto por piezas de oros de innumerables formas y tamaños. En esa época, el faraón Tutankhamón era un personaje prácticamente desconocido, por lo que su descubrimiento recibió un gran seguimiento en casi todo el mundo. Cuando los descubridores abrieron la tumba del joven rey, lo primero que les sorprendió fue la máscara de oro incrustada de piedras preciosas y vidrios de color que tapaba su rostro. Este detalle sólo fue uno más de las numerosas sorpresas, algunas desagradables, que depararía este descubrimiento. Son incontables los misterios que envuelven la vida de Tutankhamón, perteneciente a la XVIII Dinastía, parece ser un miembro real, cuya historia no termina de crear consenso entre egiptólogos y arqueólogos. Al parecer, accedió al trono a muy temprana edad –unos dicen que a los 8 ó 9 años y otros a la edad de 27 ó 28-, tuvo un reinado agitado y para más inri su muerte está rodeada de enigmas, puesto que se desconoce si fue asesinado, envenenado, o si falleció de forma natural. Mientras que todos se intentan poner de acuerdo, una leyenda creciente se ha extendido hasta nuestras fechas acerca de su maldición. Dicha maldición, indican algunos, acaba con todos aquellos que pretenden profanar su lecho eterno. Una maldición, que pudo desatar Howard Carter.
La maldición de Tutankhamón
Hay dos corrientes bien definidas acerca de la posibilidad existente de que la tumba del joven faraón Tutankhamón estuviera protegida de intrusos por una cruel maldición. Por un lado se encuentran los defensores de esta teoría, los cuales se basan principalmente en las continuas muertes acaecidas en el seno de los descubridores de tan importante hallazgo arqueológico. La extraña sucesión de muertes comenzó con el fallecimiento de lord Carnarvon, al que siguieron el ayudante de Carter, Arthur Mace, los egiptólogos, George Bendi y James Henry Breasted; el magnate de los ferrocarriles estadounidenses, George J. Gould (se refrió en la tumba y murió de neumonía al igual que Carnarvon); el secretario personal de Carter, Richard Bethel; y poco después, el padre de este último que terminó suicidándose indicando en una nota que lo hacía al no querer soportar más horrores. En total más de veinte personas del entorno de Carter fallecieron en un corto espacio de tiempo.
Sin embargo, por otro lado, existen los detractores de esta teoría como es el caso del epidemiólogo Mark Nelson, cuyas investigaciones defienden que la mayoría de los descubridores fallecieron pasados una media de más de veintiún años después del descubrimiento y que por cada muerte prematura hubo varios que vivieron varias décadas –este es el caso del propio Howard Carter que murió dieciséis años después del hallazgo-. El conocido egiptólogo Zahi Hawass aporta la opción –también discutida por ciertos sectores- de una posible infección producida por la inhalación de los gérmenes encerrados en la cámara funeraria durante más de 3000 años.
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