viernes, 14 de diciembre de 2012

Historia de miedo

Domingo, 21 de octubre de 2012. El agua caía incesantemente sobre el asfalto y el gélido viento agitaba los árboles, mientras Carlos aligeraba el paso camino de Hiconsa deseoso de llegar a su casa. Para acortar el recorrido decidió cruzar por el parque Victoria Kent donde algunos artesanos recogían, en ese momento, los puestos del Mercado celebrado durante ese mismo fin de semana. Apartado del resto, Carlos pudo apreciar un pequeño puesto con un estilo bastante extraño: las telas estaban raídas, los colores eran lúgubres y no parecía haber nadie en su interior. Éste percibió una atmósfera distinta conforme se iba acercando, quizás algo sobrecargada, un detalle curioso teniendo en cuenta la lluvia y el viento. Cuando pasó por delante de este harapiento stand, se sorprendió al ver que todo estaba vacío, excepto por un viejo colgante. En un principio Carlos pensó en seguir su camino, pero la curiosidad le obligó a darse la vuelta y una potente sensación de necesidad le presionó el pecho, no sabía qué le estaba pasando pero un segundo después se vio corriendo por la calle Sevilla con un objeto fuertemente agarrado en su mano. En esos momentos, no se percató de que durante los segundos que estuvo frente a ese desangelado puesto había dejado de llover, el aire dejó por un instante de rozarle la cara, los árboles habían dejado de moverse y el silencio se apoderó del lugar; igualmente, tampoco observó -lo cual le habría animado a tomar otra decisión- a la oscura figura que entre los árboles presenciaba la escena. Llegó a casa exhausto, Marta, su novia, estaba esperándolo desde hacía rato teniendo en cuenta lo mal que estaba la noche. -¿Dónde has estado?, le preguntó-. Carlos le contó que había salido a dar un paseo y que se entretuvo unos minutos en el Mercado Artesanal. -¿Qué llevas en la mano, Carlos?, observó ella. -Nada, me lo he encontrado en el parque de la Renfe y lo he cogido. ¿Te gusta? -preguntó el joven-. -Sí, bueno no está mal. Pero me da mal rollo. No sé, es demasiado antiguo, quién va a ponerse eso hoy día…-expresó Marta-. Además, tiene grabado un nombre, parece que pone…Enriqueta. -Vaya…de todas formas, si no te gusta lo podemos vender. Quizás nos ganemos algún dinero empeñándolo. La conversación quedó ahí, ambos estuvieron charlando de otras cosas y al cabo de un rato se fueron a la cama. Esa noche los dos tuvieron continuas pesadillas, Carlos, por su parte, presenció varias veces mientras dormía el momento en que decidió coger el colgante, pero, había algo diferente, notó numerosas presencias, personajes escalofriantes, como imágenes que se hubieran escapado de un cuadro de Goya y que estuvieran pululando a su alrededor mientras caminada presurosamente por el parque y se paraba a recoger ese llamativo objeto. A la mañana siguiente se levantó empapado en sudor, cuando llegó al salón su novia estaba allí sentada en el sofá con una tez blanquecina, parecía asustada. -¿Te pasa algo? Te noto como cansada… -admitió él- -No me pasa nada, sólo ha sido una mala noche, no he podido pegar ojo.- Indicó Marta, que parecía un poco aturdida-. Pasaron varios días, el tercer piso donde llevaban viviendo varios años comenzó a desarrollar una atmósfera diferente, se respiraba un ambiente ralo, enrarecido. Carlos se sentía observado, tenía la sensación de que a veces las cosas cambiaban de sitio aleatoriamente y algunas noches, incluso, se despertaba en la madrugada y veía una oscura figura a los pies de su cama. Igualmente, su relación con Marta se había deteriorado mucho, apenas hablaban y ella parecía notablemente iracunda. Evidentemente, esto lo achacaba al cansancio y a los problemas habituales de una pareja; con respecto al resto, no tenía la menor duda de que todo tenía una explicación lógica. No obstante, un día vivió un episodio el cual le creo bastantes quebraderos de cabeza para poder darle algún tipo de razonamiento levemente cuerdo. La noche comenzaba a caer sobre el pueblo de Camas, Carlos acababa de llegar a su casa después de una dura jornada de trabajo. A esa hora le parecía poco habitual que Marta no estuviera ya allí, pero pensó que estaría con alguna amiga. Mientras éste se duchaba, pareció escuchar como alguien cerraba la puerta y encendía la luz del salón: -¿Marta?, preguntó. - Sí, soy yo. ¿Qué tal el día? -Se interesó ella. -Pues bien, bastante cansado. ¿Y tú qué tal? –Respondió éste mientras se secaba con la toalla-. -Ha sido un día tranquilo de trabajo, viniendo hacia aquí me he encontrado con Marina y hemos ido a tomar café…Ahh, por cierto, Enriqueta me ha dicho que le devuelvas lo que le has robado, ¡LADRÓN! –Conforme iba terminando la frase, la voz se le hizo cada vez más estridente y, al finalizar, una escalofriante carcajada invadió todo el edificio-. Carlos, sorprendido, abrió rápidamente la puerta del cuarto de baño para ver qué es lo que estaba pasando, pero al hacerlo contempló la más densa oscuridad, todas las luces estaban apagadas y en el piso no había absolutamente nadie… Los nervios se apoderaron de Carlos, no sabía si salir corriendo o esperar a que llegara su novia para explicarle lo sucedido. Después de reflexionarlo durante unos minutos, decidió salir a dar una vuelta por la calle para que se le aclararan las ideas; mientras tanto, llamó varias veces a Marta, pero no obtuvo respuesta. Al cabo de un buen rato, se armó de valor y subió de nuevo a su casa. Tras abrir la puerta, volvió a sentir ese ambiente denso, no obstante, reprimió su deseo de cerrarla y no volver, por querer encontrar a su novia, recoger sus pertenencias e irse lo antes posible de aquel piso. Una vez dentro, no pudo encender la luz, al parecer algo las había fundido. Decidió adentrarse a tientas en busca de la linterna que solían guardar en uno de los cajones del armario del salón. En ese momento, un escalofrío intenso recorrió su espalda, al girarse vio en la entrada una figura erguida, como rígida, que le miraba desde la oscuridad. El muchacho se alegró cuando se dio cuenta de que era Marta, pero no se acercaba ni le hablaba ni hacía nada…Justo en el momento en que Carlos iba a articular palabra, la joven se deslizó hacia él con un movimiento fugaz, tan veloz que en décimas de segundo estaban pegados cara a cara. La luz que entraba por la ventada situada tras el joven, le permitió ver que tenía en frente a su novia, pero percibió una mirada vacía y sin brillo, desconocida, definitivamente en esos ojos no encontró a Marta. Antes de que el miedo comenzase a apoderarse de Carlos, ambos iniciaron una especie de forcejeo: -¿Quién eres? ¿Y dónde está Marta? –gritó- La única respuesta que recibió fue esa escalofriante carcajada, además pudo notar como aquella figura desprendía una enorme fuerza. Estaba pensando esto último cuando se dio cuenta de que se encontraba cerca de la ventana, antes de reaccionar, la joven le dio un potente empujón. En un último esfuerzo, Carlos la agarró por el chaleco, sin embargo, algo se soltó y la inercia le hizo precipitarse al vacío. Durante la caída pudo ver en su mano aquel viejo colgante y el horror dibujado en el rostro de Marta. En ese instante, lo entendió todo.