jueves, 1 de septiembre de 2011

Los gemelos del Titanic


A principios del S.XX, el interés de los empresarios por hacerse con el control del atractivo negocio de transportar a la gran masa de personas hacia el Nuevo Mundo, se convirtió en una carrera de fondo. Aunque en esencia, los principales magnates de la época estaban ansiosos por acoger a los personajes más importantes que solían cruzar el Atlántico asiduamente por motivos de negocios o placer. Las principales empresas del momento que mantenían una lucha latente por mantener la supremacía en viajes por alta mar, eran la Cunard y la White Star Line que, de igual forma, se afanaban por conseguir las naves más grandes y lujosas del mundo. Ambas tenían por delante el reto de completar un navío que conciliara el espacio y el lujo, y que, por supuesto, fuera seguro y rápido. La Cunard sorprendió a propios y extraños con la presentación de sus dos nuevas creaciones: el Lusitania y el Mauritania, que contaban con unas 30.000 toneladas de peso, más de 200 metros de eslora, una velocidad de 26 nudos y 70.000 caballos de potencia. Sin embargo, la White Star Line se guardaba un as en la manga, la nueva era de los “supertransatlánticos” o lo que es lo mismo, barcos de más de 45.000 toneladas.

La historia del Titanic es de sobra conocida, se trata de un transatlántico construido en los astilleros Harland & Wolf (Belfast, Irlanda del Norte), que se hundió un gélido 14 de abril de 1912 en la costa nordeste de Norteamérica, cerca de Canadá, tras colisionar con un iceberg. Su leyenda se hizo más popular si cabe con la superproducción cinematográfica dirigida por James Cameron y protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet estrenada en 1997. Sin embargo, pocas personas conocen la existencia de otros dos barcos que se crearon en Belfast, en la misma época y de similares características. Los tres formaron parte de la clase Olympic y, por aquellos entonces, fueron bautizados como Los gemelos del Titanic…

El Olympic fue el primero de la familia en ser completado, se botó en los astilleros de Belfast en octubre de 1910 y era considerado el barco más grande del mundo en esa época. En su estructura destacaban sus lujosas instalaciones y los avances en cuanto a medidas de seguridad. A diferencia de lo que ocurrió años más tardes con el Titanic, su viaje inaugural hacia Nueva York fue todo un éxito. No obstante, tuvo su primer percance en 1911, durante el transcurso de su quinto viaje, al chocar con un buque de guerra, el HMS Hawke, en una zona cercana a Southampton. La colisión provocó graves destrozos en la zona de estribor afectando a un grupo de camarotes de segunda clase, por lo que tuvo que ser devuelto a los astilleros donde se llevó seis meses para ser reparado. De la misma manera, en enero de 1912 sufrió la pérdida de una pala perteneciente al lado de estribor y tuvo que volver a ser saneado en Harland & Wolf. Ambas intervenciones retrasaron la puesta en marcha del Titanic. En 1935 fue retirado del servicio tras casi veinticinco años surcando los mares. Durante la Primera Guerra Mundial fue pintado de camuflaje para no ser detectado por los submarinos, realizó servicio militar transportando tropas y tras la contienda retomó sus habituales rutas comerciales, por ello, recibió el sobrenombre de “Old Reliable” (“El Viejo Fiable”). Pero desgraciadamente, la maldición que se cebó con sus hermanos, también le tenía guardada al Olympic una última y amarga sorpresa. En mayo de 1934, a su llegada a Nueva York, una densa niebla dio una tétrica bienvenida al transatlántico que chocó contra el barco faro Nantucket. Esta última colisión, coincidió con una época de malestar financiero que impidió la recuperación del Olympic y, por ende, con una estirpe de “supertransatlánticos” que enmudeció a todos aquellos que contemplaron la majestuosidad y la autoridad que imponían con su paso sereno por las severas aguas oceánicas.

En el caso del Gigantic, fue rebautizado como Britannic tras la catástrofe del Titanic, contemplado, en su momento, como un gesto de sumisión tras la reciente desgracia. Durante esa etapa aún se encontraba en los astilleros, por lo que se aprovechó para incorporarle diversas modificaciones tanto en la parte externa como interna de su estructura (la más destacada fue la implantación de 46 botes salvavidas con capacidad para todos los pasajeros). Fue botado en febrero de 1914, pero el inicio de la Gran Guerra modificó el motivo de su creación y se convirtió en barco hospital para transportar a los heridos. A finales de 1915, los aliados luchaban cerca de Turquía, por lo que el Britannic se encargaba de trasladar heridos a los hospitales de la isla griega de Lemmos. La principal amenaza que existía en aquel enclave, era la proliferación de submarinos alemanes deseosos de abatir a cualquier barco aliado. No obstante, la burocracia imperante en la época a través de la Convención de Ginebra, a la que estaban adheridos los dos bandos, prohibía cualquier tipo de ataque a los barcos hospitales. Sin embargo, el gobierno inglés no contaba con el testimonio de un ciudadano austriaco que tras ser expatriado de Egipto a su país natal, desveló a las autoridades que había observado que el Britannic también transportaba tropas y, probablemente, armamento en su interior. Pocos días después, al alba, una gran explosión azotó la estructura del navío dañándolo gravemente. El Britannic desapareció en 45 minutos, llevándose consigo a sólo 30 personas de las más de 1000 que viajaban en él. La tragedia pudo ser colosal, si el barco sanitario en vez de dirigirse a la batalla, hubiera regresado de vuelta. Este incidente no tuvo apenas cobertura en los periódicos de la época, por coincidir con la muerte del emperador austríaco, Francisco José I de Habsburgo-Lorena.

La maldición de los transatlánticos creados por la empresa White Star Line ha quedado reflejada en el inconsciente colectivo tras el trágico final del Olympic, Titanic y Britannic. Conforman tres historias que se han visto empañadas constantemente por la mala suerte y la desgracia. Lo que en un principió resultaba ser una carrera del hombre por conquistar los mares, se convirtió en una arremetida de la fuerza de la naturaleza contra la soberbia humana. La reflexión que emana de esta serie de infortunios es que el ser humano es sólo una especie más en el Planeta Tierra a merced de las embestidas de la Madre Naturaleza.

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